enero 18, 2016

Anoche

El sueño se va, se ausenta.
Figuras monstruosas,
hombres amenazantes,
imágenes del pasado.

Ojos interrumpidos, no sé,
no puedo distinguir el mundo.

Somos iguales, no hay diferencias,
somos sombras,
sujetos vacíos,
sin vida, sin historia, ni descanso.

¡acércame una silla!
¡quiero descansar!

mayo 14, 2015

Para todo mal mezcal

Beber no es bueno pero, a veces, sólo el trago sincera los llantos negados y las palabras lejanas. Permite perder la serenidad, esa que juega a los naipes con Benedetti y que siempre es traicionada, por partida doble, por la ira y la tristeza. En ese mismo orden, revolcadxs o separadxs en su justa medida.

Unx quiere jugársela toda en un sorbo, creer que es verdad que la memoria olvida, que las realidades se ven menos fatídicas y que, atolondrado el cuerpo, la cabeza no recuerda nombres, números telefónicos o direcciones.

Lo cierto es que el desamor y el alcohol se llevan bien, tienen guardado en el fondo de cada botella una especie de romanticismo que termina por engañar a nuestra desdicha; bebemos ese fondo con la misma misericordia con la que confrontamos la cotidianidad de dos cuerpos distantes, livianos e imperceptibles.

Sin embargo, ese último trago, el más amargo, el más caliente, el que atonta las erres y permite la fluidez de ciertos humores, es el primer trago de la sobriedad del día siguiente que amenaza con no volver jamás.

Beber es malo, dicen los abstemios más sabios y los ebrios más enfermos, nos acerca a vivir el dolor borracho y ese no sabe de disimulos o simulaciones.


agosto 05, 2013

Una historia extraordinaria

Las personas andamos en busca de cosas que contar, nos fascinan los reencuentros imprevistos y las personas cuyas identidades son tan descriptivas que favorecen justificarlas como protagonistas o antagonistas de la vida cotidiana. Esta historia tuvo de extraordinario un rencuentro de dos infantes que jugaban a la mamá y al papá, un juego por demás tradicional cuando se busca hallar la diferencia de un cuerpo que va creciendo y se reconoce como un aliado y némesis del otro. Bien, este par de infantes decidió, prematuramente, sentirse cerca y los tíos y los primos y las madres y los abuelos se divirtieron algunos años jugando a comenzar una historia de dos pequeños novios que no sabían ni puta madre del enredo en que los metían.

Él creció, con las debidas limitantes que su estatura comprobaba, sus ojos abrieron para observar mejor el mundo y a las mujeres que en éste transitaban. Se hizo amante de más de una de dichas mujeres, descubrió el sexo por placer, por lástima y por perversión pero, sobre todo, amó tener una pelota entre los pies. Reconoció la comodidad del vello facial y la negación de visitar al peluquero con frecuencia, como otros hombres acostumbraban.

Ella negó su cuerpo cambiante, se hizo de un short largo y holgado, una camiseta y un par de sandalias, dejó pasar desapercibidos aquellos años de adolescencia. Hasta que un día alguien ofreció una mano para enseñarle y señalarle los senos a medio crecer y las nalgas prominentes que ya no cabían mejor en aquel short, sino debajo de una minifalda o un vestido. Se encontró exorcizada de sus miedos frente a la imagen de una mujer, una que le gustaba.

Esta pareja de infantes, efectivamente, dejó de serlo. Se miraban de reojo cada año y de vez en cuando rehuyeron al saludo en las vacaciones, cuando coincidieron de visita en la casa de sus respectivos abuelos. Las palabras se redujeron a holas, cómo “estáses” y adioses.

Más de veinte años después, aquel hombre de barbas largas y lentes de armazón oscuro decidió, ordenado por el efecto de muchas decenas de cervezas victoria, hablarle a la mujer del vestido rosa quien, obedeciendo al trance de muchos tragos de mezcal, lo encontró atractivo y recordó, con cierta melancolía, el romance de infancia y el primer beso: taciturno, ingenuo y fugaz.

No hablaron de amor, prefirieron el cortejo intelectual que versaba del aporte foucaultiano en el estudio de las ciencias sociales y las letras. La voz de un hombre provocaba risas entre las mujeres ahí reunidas ¡pero eso que importa si Foucault habla de las relaciones de poder! Una bella mujer de cuerpo escultural motivaba la guerra de otros hombres por llamar su atención ¡pero eso a quién le importa si Foucault habla de biopolítica! Dos adultos jóvenes se miraban a los ojos con cierta pasión y nadie lo notó ¡pero eso no le importó ni a ese Foucault, ni a sus estudios del poder, ni a su concepto de biopolítica!


Haz tú una interpretación del punto



La pregunta no es "qué significa el punto", sino que hubo antes de él que condujo a esta pausa, a este final.

mayo 03, 2013

La fiesta de Liz

No he querido hablar con estas palabras, he preferido callarle a la gente y gritarme frente al espejo, casi como si quisiera reprocharme cosas. Dicen que el lenguaje es tan arbitrario que las abstracciones de sus palabras terminan por contarnos menos de aquello que pretendíamos, dicen que es complicado identificar la violencia que ejercemos a ese lenguaje, comparto la idea aunque no sea una intelectual alemana de finales del siglo XX.

Quería, lo digo con la sinceridad que ahora persigo, acribillar al lenguaje; matarlo, por así decirlo; desaparecerlo, para que quede más claro; cortarle las palabras y las respuestas, sólo por ejemplificar... no pude, sabía que algún día, en algún momento, tenía que hablar pero mi boca no sabía cómo. Los músculos, esos que hacen posible la oralidad, preferían otras distracciones, beber, comer, bostezar, hacer muecas. 

Y resulta que me contagiaron el silencio, ese que atormenta las noches y que hace inciertas las decisiones, aquel que le saca a uno el corazón como para comprobar si es cierto que de ahí viene todo el meollo del asunto, entonces a alguien se le ocurre preguntarme si existirá algo después de esta vida lingüística. Seguramente existe un mundo sin estas palabras, en el que las sociedades pueden dialogar sin necesidad de gastar saliva, en donde la gente prefiere los besos a los cortejos bien pronunciados.

Estábamos unos seis sentados frente a aquel tablón de madera, fingiendo más risas que de costumbre, mal hábito que se hace común en la gente que pasa de los veinticinco. La tristeza se simula y se disimula en el tránsito de una Montejo a una León, las lágrimas de Caro fueron el jarabe de un postre incomible pero que, de alguna forma, satisfizo el antojo de llorarte.


marzo 13, 2013

Fobias

No me gusta esperar. Una noche soñé que me decías, a través de un dispositivo móvil, "yo te aviso cuando vaya en camino". Me levanté agitada y casi llorando, tuve miedo de no despertar.

enero 18, 2013

¡Malhaya!


Me cagan los eufemismos, no sé si Zizek influya en mi particular intolerancia a ellos pero estoy segura que no se trata, más allá de su particularísimo uso literario, sino de una enfermedad de la modernidad depredadora. Resulta que la gente ya no puede decir las cosas como las siente, cada vez recurre a la inagotable fuente de analogías pendejas para hacer uso del lenguaje barroco que, como hispanohablantes, nos exigen.

Desde hoy me propongo decir, e instar al escucha a decir, lo que piense sin los contratiempos deliberados de esta enfermedad que me hace sentir cansada de tanto descifrar mensajes, muchos de los cuales podrían ser más claros con el uso simple de las palabras y el cuerpo, si me enamoro diré "soy enamoradiza" y prefiero que digan que soy una mujer que no se niega a sentir.

El amor no es un tabú, todos los días y en cualquier momento se habla de él. Nadie se atreve a definirlo pero todos hablamos de él, en las conversaciones cotidianas con o sin consumo de alcohol o drogas, en las camas de los madrugadores y trasnochadores, en los murmullos que se asoman a las conversaciones que no nos corresponden pero que nos aburren ¿qué hay, pues, de tabú en eso que nadie niega sentir esporádicamente?

El sexo no es un tabú, pese a que en esta categoría entrarían desde los tamaños y las formas que buscan generalizar un sistema de género binario hasta el sexo, como placer. Allá los disimulados, sus maneras y sus síntomas de eufemística, el sexo existe, se vive y también se goza. Además, por más impudicia que le aleguen, es un tema público que no ha escapado ni de las bocas más hipócritas.

Las groserías, las mandadas al diablo y los estados eufóricos que nos llevan a expresar cualquier "chinga tu madre", sea chica o sea grande, "vete a la mierda" o a donde sea que se vayan todos aquellos cabrones que nos llevan a segmentarlos del resto de la sociedad, o cualquier otra expresión de este tipo, tienen lugar en la florescencia de un sentimiento que no cabe tan bien adentro como cuando se dice, que fluyan las mentadas y los adjetivos que nos hagan liberarnos del eufemismo recalcitrante.

Por lo tanto y sin más rollos, quiero decir que el mundo es una mierda porque las personas que en él habitamos tenemos dos caras, una noble y otra ojete. Dada la gravedad de esta enfermedad eufemística, los pobladores de este planeta prefieren hablar como ojetes y comportarse como ojetes aunque, por supuesto, sientan como nobles.