agosto 05, 2013

Una historia extraordinaria

Las personas andamos en busca de cosas que contar, nos fascinan los reencuentros imprevistos y las personas cuyas identidades son tan descriptivas que favorecen justificarlas como protagonistas o antagonistas de la vida cotidiana. Esta historia tuvo de extraordinario un rencuentro de dos infantes que jugaban a la mamá y al papá, un juego por demás tradicional cuando se busca hallar la diferencia de un cuerpo que va creciendo y se reconoce como un aliado y némesis del otro. Bien, este par de infantes decidió, prematuramente, sentirse cerca y los tíos y los primos y las madres y los abuelos se divirtieron algunos años jugando a comenzar una historia de dos pequeños novios que no sabían ni puta madre del enredo en que los metían.

Él creció, con las debidas limitantes que su estatura comprobaba, sus ojos abrieron para observar mejor el mundo y a las mujeres que en éste transitaban. Se hizo amante de más de una de dichas mujeres, descubrió el sexo por placer, por lástima y por perversión pero, sobre todo, amó tener una pelota entre los pies. Reconoció la comodidad del vello facial y la negación de visitar al peluquero con frecuencia, como otros hombres acostumbraban.

Ella negó su cuerpo cambiante, se hizo de un short largo y holgado, una camiseta y un par de sandalias, dejó pasar desapercibidos aquellos años de adolescencia. Hasta que un día alguien ofreció una mano para enseñarle y señalarle los senos a medio crecer y las nalgas prominentes que ya no cabían mejor en aquel short, sino debajo de una minifalda o un vestido. Se encontró exorcizada de sus miedos frente a la imagen de una mujer, una que le gustaba.

Esta pareja de infantes, efectivamente, dejó de serlo. Se miraban de reojo cada año y de vez en cuando rehuyeron al saludo en las vacaciones, cuando coincidieron de visita en la casa de sus respectivos abuelos. Las palabras se redujeron a holas, cómo “estáses” y adioses.

Más de veinte años después, aquel hombre de barbas largas y lentes de armazón oscuro decidió, ordenado por el efecto de muchas decenas de cervezas victoria, hablarle a la mujer del vestido rosa quien, obedeciendo al trance de muchos tragos de mezcal, lo encontró atractivo y recordó, con cierta melancolía, el romance de infancia y el primer beso: taciturno, ingenuo y fugaz.

No hablaron de amor, prefirieron el cortejo intelectual que versaba del aporte foucaultiano en el estudio de las ciencias sociales y las letras. La voz de un hombre provocaba risas entre las mujeres ahí reunidas ¡pero eso que importa si Foucault habla de las relaciones de poder! Una bella mujer de cuerpo escultural motivaba la guerra de otros hombres por llamar su atención ¡pero eso a quién le importa si Foucault habla de biopolítica! Dos adultos jóvenes se miraban a los ojos con cierta pasión y nadie lo notó ¡pero eso no le importó ni a ese Foucault, ni a sus estudios del poder, ni a su concepto de biopolítica!


1 comentario:

  1. Foucault... ¿A cuántas parejas habrá acompañado, reconocido, separado y demás etcéteras? Al final habrán reconstruido su mundo a partir de él.

    ResponderBorrar