Las personas andamos en busca de cosas que contar, nos fascinan
los reencuentros imprevistos y las personas cuyas identidades son tan
descriptivas que favorecen justificarlas como protagonistas o antagonistas de
la vida cotidiana. Esta historia tuvo de extraordinario un rencuentro de dos
infantes que jugaban a la mamá y al papá, un juego por demás tradicional cuando
se busca hallar la diferencia de un cuerpo que va creciendo y se reconoce como
un aliado y némesis del otro. Bien, este par de infantes decidió,
prematuramente, sentirse cerca y los tíos y los primos y las madres y los
abuelos se divirtieron algunos años jugando a comenzar una historia de dos
pequeños novios que no sabían ni puta madre del enredo en que los metían.
Él creció, con las debidas limitantes que su estatura
comprobaba, sus ojos abrieron para observar mejor el mundo y a las mujeres que
en éste transitaban. Se hizo amante de más de una de dichas mujeres, descubrió
el sexo por placer, por lástima y por perversión pero, sobre todo, amó tener
una pelota entre los pies. Reconoció la comodidad del vello facial y la
negación de visitar al peluquero con frecuencia, como otros hombres
acostumbraban.
Ella negó su cuerpo cambiante, se hizo de un short largo y
holgado, una camiseta y un par de sandalias, dejó pasar desapercibidos aquellos
años de adolescencia. Hasta que un día alguien ofreció una mano para enseñarle
y señalarle los senos a medio crecer y las nalgas prominentes que ya no cabían
mejor en aquel short, sino debajo de una minifalda o un vestido. Se encontró
exorcizada de sus miedos frente a la imagen de una mujer, una que le gustaba.
Esta pareja de infantes, efectivamente, dejó de serlo. Se
miraban de reojo cada año y de vez en cuando rehuyeron al saludo en las
vacaciones, cuando coincidieron de visita en la casa de sus respectivos
abuelos. Las palabras se redujeron a holas, cómo “estáses” y adioses.
Más de veinte años después, aquel hombre de barbas largas y
lentes de armazón oscuro decidió, ordenado por el efecto de muchas decenas de
cervezas victoria, hablarle a la mujer del vestido rosa quien, obedeciendo al
trance de muchos tragos de mezcal, lo encontró atractivo y recordó, con cierta
melancolía, el romance de infancia y el primer beso: taciturno, ingenuo y
fugaz.
No hablaron de amor, prefirieron el cortejo intelectual que
versaba del aporte foucaultiano en el estudio de las ciencias sociales y las
letras. La voz de un hombre provocaba risas entre las mujeres ahí reunidas
¡pero eso que importa si Foucault habla de las relaciones de poder! Una bella
mujer de cuerpo escultural motivaba la guerra de otros hombres por llamar su
atención ¡pero eso a quién le importa si Foucault habla de biopolítica! Dos adultos
jóvenes se miraban a los ojos con cierta pasión y nadie lo notó ¡pero eso no le
importó ni a ese Foucault, ni a sus estudios del poder, ni a su concepto de
biopolítica!
Foucault... ¿A cuántas parejas habrá acompañado, reconocido, separado y demás etcéteras? Al final habrán reconstruido su mundo a partir de él.
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