mayo 07, 2012

Carta al Chuy

Me da temor, eso, estar ahí, sentirse bien, fluyendo, entregándose...
Me da ira, eso, sentirme ahí, bien pero detenida, disimulando...

Uno de estos días, recientes, le contaba a un amigo que me enuncio enamoradiza. Le decía muy convencida que mi corazón necesita estar enamorado, quiere estar enamorado y no se cansa de estar enamorado, aunque ésta, su servidora y chófer en el mundo, sí, se cansa, sufre, se enoja, llora, ríe de estar ahí transportándolo y re-apropiándolo. Soy enamoradiza y no me basta, quiero dejar de serlo para estar enamorada de a de veras y no así de cualquier cosa, de cualquier... cosa.

La razón no responde, está muerta, está loca, distraída con cosas serias y preocupándose por academicismos que me han dejado y continúan dejándome... El sapo del escalón, ese que evito siempre, cada vez que paso por ahí, sigue ahí y no quiero evitarlo, quiero pasar por encima de él. Quiero un día, dar un salto, saludarlo, sonreírle e invitarlo a ver las estrellas, a decirle que esas estrellas, las de aquella noche en el campo, me cuentan cosas y tienen escritas cosas para mí, cosas que no entiendo, lenguajes que no conocía hasta que me regalaron la ocasión para ver que han estado siempre ahí.

Algunas de esas estrellas me contaban historias de mi vida, cosas que había visto pero no en el cielo, no ahí tan dispuestas para mí, no tan claras, cosas que en el vacío de la noche, la iluminaban, la completaban y la llenaban de significado. Quiero estar ahí, con el sapo, ese que evito y que asusto sacudiendo el zapato, diciéndole, gritándole, que no me gusta, que se vaya... ¿qué es ese sapo? Y atiende bien ¿qué es ese sapo y no quién es? No quiero que sea alguien, quiero que sea algo, algo que me ayude a ver las estrellas no como estrellas, sino como esos mensajes que me da temor descubrir.

He conocido la ira, he vivido con ella y ahora, en esta noche de sapos y estrellas quiero liberarla, quiero darte la primicia de que Casilda sigue perdida, exhausta, loca, no ha cambiado y que ya no puedo hacer más que dejarla ir, dejarla ser y conformarme con que, así con todo y sus mil amores y sus mil errores, tal como la rosa del Principito, es mi única neurona de la sapiencia.


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